Destinos y azoteas – Reseña

Por Daniel Herrera

Las azoteas son lugares poca madre. De verdad. Sube uno y se encuentra la sensación de soledad al aire libre que sólo se puede conseguir en medio del desierto. Eso sí, los peligros están más relacionados con una caída que con morir de sed o mordido por algún animalejo.

Estar en una azotea permite que la mirada cambie. Las ciudades son otras. Los edificios y las calles muestran un rostro distinto. Y, sobre todo, en altos edificios, el vacío tiene una atracción repugnante. Ahí está la muerte, es tan fácil llegar a ella, pero no nos queremos morir, no en este momento. A menos, claro, que sí te quieras morir, ¿para qué darle largas a algo inevitable? Como los personajes de Laia Jufresa en su libro de cuentos El esquinista. Ahí están, contemplando lo inevitable y han decidido correr hacia allá o esperar en la playa a que el gran tsunami llegue. Es mejor así.

Como ya todos sabemos, Laia es también autora de una novela. Lo sabemos porque Laia ahora es una rockstar literaria y una importante escritora joven gracias a Umami. Aunque este libro la ha llevado a la cima del mundo literario, me parece que ella es en realidad una escritora de cuentos. Pienso que sus habilidades en el género han quedado más que demostradas.

Los cuentos de El esquinista tienen una característica común que los enmarca a todos: sus personajes no terminan de entender que son hijos de su circunstancia. Como no están conscientes de eso, se mueven por el mundo creyendo que pueden decidir cada situación. Al final, el lector es quien vislumbra que esos personajes van dando tumbos, nada tienen controlado, por eso, tal vez, buscan un destino preciso, aunque se pierdan en el camino.

He leído que Laia tiene un estilo conciso y sin pretensiones. No estoy de acuerdo, pienso que sí tiene ciertas pretensiones estéticas y su estilo corre a un lado de ellas. La autora es muy prolija, cuidadosa. Casi puedo imaginarla escribiendo en total concentración, buscando las palabras meticulosamente. Y, a partir de ahí, construyendo un estilo específico. Tal vez, los que hablan de florituras literarias están esperando a una autora que rellene las páginas de disparos metafóricos, uno tras otro hasta que los cuentos rezumen melcocha. No sé, a lo mejor se refieren a otra cosa.

Después de leer El esquinista, llegué a la conclusión de que Laia no se deja caer en cursilerías porque escribe buscando el pequeño giro literario que deslumbre. Nada de soltar por aquí y por allá versos en medio de la prosa, sino que sus juegos son muy pragmáticos, sirven para explicar algo del personaje, del contexto, o ayudan a que la historia misma avance.

Pienso que los cuentos de este libro se pueden dividir en tres: están los que me parecen herederos del relato estadounidense, son cuentos en donde no parece suceder nada pero que algo latente repta por debajo de la historia, una especie de tragedia inevitable. En esta categoría incluyo los cuentos “La noche que desapareció Holanda”, “La inmortalidad y la fruta”, “Cristina”, “Hicieron de mí” y el que creo es el mejor de todo el libro, “La pierna era nuestro altar”. De hecho, voy a arriesgarme y a decir aquí, que esa historia ya forma parte de la historia del cuento mexicano. Los años lo confirmarán o lo desmentirán.

Luego están las historias en donde los personajes se enfrentan a situaciones extraordinarias. Ahí los protagonistas tienen que lidiar con un mundo personal que se desmorona. La actitud de todos, por supuesto, sería la actitud de nosotros: total desconcierto. A esta categoría pertenecen “El récord”, “Moud”, “Om” y un cuento donde Laia demuestra sus habilidades para narrar desde el pensamiento de los personajes, “Eusebio Moneda”.

La tercera categoría y última, está formada por cuentos que le deben mucho a la fantasía y la ciencia ficción. Aquí la autora tiene como cierta predilección por los juegos oníricos y ese momento en que el cerebro no distingue a la realidad de las alucinaciones. Aquí encontramos, “Los engañamos, Fifí”, el inquietante, “Mamá contra la tierra” y el que le da nombre al libro, “El esquinista”, una extraña distopía, en donde los humanos ya no viven a ras de suelo, sino en las alturas, al nivel de las azoteas.

No me gusta mucho alargarme en las reseñas. Sobre todo, porque ahí está el libro para quien quiera confirmar mis opiniones.

Pienso que Laia todavía tiene una obra importante por entregar, estos cuentos son la prueba de sus primeros pasos. Los pequeños defectos que tal vez se encuentran escondidos entre sus páginas y que frente a una lectura profunda y obsesiva podrían aparecer, no son lo suficientes para demeritar la obra completa.

Estamos ante el principio de una autora que, apuesto de nuevo, será importante. Yo guardaré mi ejemplar, sobre todo ante la cada vez más fuerte amenaza de desaparición que pende sobre el Fondo Editorial Tierra Adentro. Es por estas pequeñas joyas que esta editorial debe mantenerse, no importa si publica algunas decenas de libros intrascendentes; nadie dijo que encontrar buenos autores sea sencillo, pero será mucho más complicado si continuamos cerrando los aparadores que los contienen.

El esquinista
Laia Jufresa
Fondo Editorial Tierra Adentro
No. 503
México
2014
120 pp.

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